El autobús se detuvo en un pueblo pequeño para que los pasajeros pudieran comer algo. Annia bajó junto a los demás; unos se dirigieron a los baños, otros fueron directo y tomaron asientos para almorzar; ella se dirigió a la barra y le preguntó a uno de los dependientes por un teléfono. El indició con la mano. Estuvo hablando unos cinco minutos. En vez de dirigirse a comer algo, salió del pequeño; pero acogedor restaurante y se dirigió a la calle. Era un pueblo pequeño de campo muy pintoresco: una sola calle central; en ella ese restaurante, un mercado, una gasolinera y algunos otros establecimientos. Miró hacia los lados, se divisaba solo montañas y un hermoso lago; a la salida, un monasterio. Pudo recorrerlo todo desde su ángulo. «Creo que me va a gustar este pueblo» —pensó con una sonrisa apreciativa. Frente al restaurante había una barbería, miró a través de las vidrieras como el barbero pelaba a un hombre bastante corpulento, mientras sostenía una conversación bien animada. El hombre la vio a través del espejo y sin previo aviso, giró su asiento en redondo y dejando al barbero con sus manos en alto, la miró. Su mirada, a pesar, de su rudeza aparente, era tranquila y apacible. Ella le sostuvo esa mirada por un momento; pero luego siguió su camino. A lo lejos, las montañas se levantaban en forma majestuosa con sus copas blancas por la nieve, haciendo un contraste muy espacial con el resto del paisaje, muy verde. Era un lugar muy bonito, sencillo y, al parecer muy tranquilo. La calle principal era rodeada por casas de piedras y maderas, con grandes chimeneas, y techos de tejas marrones. Cuando llegó a la esquina vio una heladería que, hacia un contraste muy peculiar con el resto del pueblo por sus paredes sobre decoradas, con pinturas de helados de todos colores y confetis; la dependienta limpiaba sin muchos deseos, como matando el tiempo. Se acercó a ella y saludó:
—Hola.
—Hola —contestó la muchacha con una sonrisa. Detuvo su aparente labor y la miró intrigada— ¿Viniste en el autobús?
—Si. ¿Cómo lo sabes?
—No eres del pueblo y, claro, solo ha entrado un autobús.
—Oh ¿Sabes si hay posibilidades de conseguir una renta, en este pueblo?
—Hay un pequeño hotel, dos cuadras más adelante. Debe estar vacío, no hay mucha gente que quiera venir a pasar sus vacaciones aquí —sonrió algo sarcástica—. Solo el que tenga deseos de esquiar.
—No hablo de hotel, sino a casa o cuarto. Un lugar para vivir. A eso me refiero.
—Oh…en realidad no sé decirle. No he escuchado nada. O, si, en realidad si… ¿sabes algo? Pienso que la señora Smith andaba rentando o vendiendo su casa porque se iba por un tiempo o definitivo a la ciudad con su hijo. No estoy segura.
—Claro, la señora Smith —repitió dándole a entender que no sabía de quien hablaba. Ella era una foránea—. ¿Dónde puedo verla?
—Ahora debe estar en la iglesia.
Su rostro se iluminó con una sonrisa al ver entrar a una niña de unos diez años, ojos azules, pelo largo rubio partido en dos trenzas.
—Hola Alison ¿Cómo está tu tío?
—Hola Betty. Quiero un helado ¿me lo sirves? —ignoró la pregunta.
—Claro, corazón.
La niña se volteó hacia Annia y la saludó con una sonrisa y una mirada inteligente y, además, curiosa:
—Hola. No te había visto nunca por aquí ¿eres nueva en el pueblo?
— Estoy de paso —en lo que Betty servía y cobraba el helado, charló un poco que ella, le pareció muy simpática— vine en el autobús, que llegó hace una media hora— ¿sabes dónde está la iglesia?
—Sí ¡Claro! —era obvio ¿Quién no sabría eso en un pueblo tan pequeño?
—Me dicen que la señora Smith está ahí, necesito verla ¿me llevarías?
—¡Por supuesto! –dijo la niña abriendo los ojos de forma muy vivaz. Tomó el helado y le hizo señas para que la siguiera—La señora Smith no está en la iglesia, sino en el monasterio. ¿Eres familia de la señora Smith?
—No la conozco, quiero rentar un lugar aquí y dicen que ella está rentando su casa.
La niña abrió los ojos en forma desmesurada por la sorpresa, preguntó:
—¿Tú quieres venir a vivir a este pueblo?
—Es muy bonito ¿no te parece?
—Sí; pero aburrido, no pasa nada interesante. ¿Cómo te llamas?
—Annia…tú te llamas Alison, se lo escuché a la muchacha de los helados.
—Si ¡Mira! —señaló hacia el final de la calle— ese es tu autobús, se te fue ¿no te importa?
—No —contestó en forma despreocupada— me gusta este lugar. Cualquier lugar es bueno para mí.
—Ya llegamos. Si no conoces a la señora Smith, yo te la muestro. Es muy buena, todos aquí la quieren mucho; pero está muy viejita. Las monjas las hermanas Mary y Lorena la están cuidando hasta que llegue su hijo por ella —entraron a la iglesia. Cuando salió, unas dos horas después que las monjas la hicieran cenar y se la comieran a preguntas, ya era parte del pueblo.
Pasó una semana de haberse instalado, en la vieja casita y se sentaba todos los días a la misma hora en el gran ventanal a pintar. Veía a la niña pasar todos los días, con un ramito de flores en su mano. Eso le llamaba la atención de forma poderosa, no había faltado ni un solo día de hacerlo. Alison miraba siempre y la saludaba con una sonrisa y, le hacia una seña con su mano. Ella sonreía, le decía adiós y seguía pintando. Pero un día decidió seguirla, le intrigaba mucho la costumbre de la pequeña. Grande fue su sorpresa al verla llegar a un pequeño cementerio. Alison se arrodilló, depositó las flores y se dejó caer sobre la hierba, desde su distancia, pudo observar que conversaba con la persona que estaba enterrada ahí y a la vez limpiaba el lugar, con mucha dedicación, quitándole algunas hierbas malas. Se acercó poco a poco tratando no hacer ruido; pero sus pasos sobre la grama la delataron, la niña miró hacia dónde venían los pasos y la vio. Se puso en pies y se acercó a ella.
—Lo siento —se disculpó Annia— no quise ser inoportuna. Me llamó la atención que siempre vinieras en la misma dirección con el ramito de flores y me ganó la curiosidad. Perdóname por interrumpir y, además, por ser tan curiosa.
—Está bien. No importa, ven acércate —la tomó de la mano y la acercó a la tumba—. ¿Quieres arrodillarte aquí conmigo?
Annia obedeció y se arrodilló, la niña hizo lo mismo a su lado. La miró a los ojos y le dijo:
—Aquí está mi mamá.
—Oh…lo siento mucho. Yo no sabía…
—Está bien…murió trayéndome a mí al mundo. Por eso vengo todos los días, converso con ella, le traigo flores y le agradezco…ella me dio la vida ¿tienes mamá?
—Si…yo…bueno la verdad es que ella y yo no —después de ver la relación de la niña con su madre muerta, no sabía cómo abordar el tema— …no tenemos una buena relación.
—¿No? —hubo tanta sorpresa en la niña y su expresión de incredulidad por lo que estaba escuchando, fue tan grande, que se sintió avergonzada.
—No…
—Pero ¿por qué?
—Porque somos dos personas iguales…fuertes de carácter y ella siempre ha querido que yo haga lo que ella quiere y yo…bueno eso no importa. De todas formas, me fui lejos.
—¿No la vas a ver más? —preguntó, esta vez, en voz baja. No había sorpresa, sino tristeza en la pregunta.
—No sé. Mira, la verdad es que fueron muchas cosas las que me alejaron de la ciudad. Pero básicamente, mi madre tuvo mucho que ver con todo…quiso hasta que me casara con la persona que ella había elegido para mí.
—Ya…creo que entiendo.
—Oye ¿Con quién vives? Siempre te veo sola.
—Con mi tío…no conocí a mi padre y mi madre, bueno…ya sabes. Deberías amigarte con tu mamá.
—No sé…
—¿Y si no tienes después donde hablar con ella? Yo sé que mi mamita está aquí y puedo venir todos los días; pero ¿y si un día quieres hablar con ella y no sabes dónde está?
Annia no contestó a la pregunta de la niña. Increíble, venir de tan lejos para que una niña de unos nueve años la pusiera a pensar, quedó mirando a lo lejos asintiendo con su cabeza. Pensó en todo lo que había pasado, en los encontronazos que siempre habían tenido las dos y las muchas otras situaciones, que para ella eran irreconciliables y de pronto se encontró pensando, si valdría la pena estar tan alejada de ella. Su madre era una mujer procedente de una familia rica y acostumbrada siempre a hacer su voluntad, era posesiva, dominante; pero era su madre. Miró a la niña y jugando con la sortija que tenía en uno de sus dedos, algo indecisa, dijo:
—Tienes razón, creo que la llamaré. Oye ¿te gustaría cenar conmigo el sábado? —preguntó volviéndose de todos los recuerdos.
—¡Si claro! ¿Puedo llevar a mi tío? Es como mi papá.
—Si por supuesto…no tengo inconveniente con eso. Ahora me voy y te dejo terminar lo que hacías. Perdona de nuevo por la interrupción.
—No, estuvo bien. Me caes bien —sonrió.
Durante esa semana, Annia estuvo muy ocupada tratado de terminar el cuadro que estaba pintando. Llamó a su madre, le dejó saber dónde estaba. El sábado en la mañana, se levantó temprano, limpió y organizó la casita; fue a sentarse a tomar algo fresco: hacía calor; pero tocaron a la puerta. Todavía no era hora para la cena; así que extrañada de quien podría ser a esa hora, fue y abrió. Por un momento pensó que estaba alucinando, no podía creer lo que veía, frente a ella, tenía a su madre, como siempre: esbelta, segura de sí misma, altiva y con una sonrisa de triunfo en sus labios.
—¿Me invitas a pasar o me dejas aquí en la puerta, todo el día?
—¡Madre! ¿Qué haces aquí?
—Me diste la dirección —dijo la madre empujándola con suavidad; pero firme, hacia un lado y entrando a la casa— y, decidí venir a ver cómo y dónde estabas viviendo. Mi hija no puede vivir en cualquier lado. Debo decirte —suspiró resignada— que este pueblucho de mala muerte y fuera de lo común no es para ti; pero, claro, considerando que te ha dado por pintar, no voy a decir nada.
Hablaba sin parar y sin dar tiempo a Annia a contestar, ni a reponerse de la sorpresa. Por fin después de inspeccionar la casa y hablar al mismo tiempo, se detuvo y miró a su hija.
—¿No dices nada a lo que te he dicho?
—Bueno, ahora que me preguntas, por primera vez, te diré, que te quiero mucho y que me alegra que estés aquí.
La más sorprendida fue su madre. Jamás esperó esa respuesta, se acercó y la abrazó fuerte.
—Yo también te quiero mucho, hija —notando que había sido débil por un momento, se repuso, se irguió y buscó alrededor de ella— bueno ¿me dices donde voy quedarme, para llevar mis cosas? Porque voy a pasar unos días contigo —era una decisión que no admitía discusión.
—Claro, ven, te muestro tu habitación —parecía resignada a tener a su madre ahí, aunque, en el fondo estaba contenta.
Tocaron a la puerta y fue abrir temiendo lo que sucedería. Allí estaban la niña y su tío. Lo reconoció enseguida, era el hombre que la había cogido infraganti mirándolo, en la barbería. Él por la expresión de su rostro parecía haberla reconocido también; pero no dijo nada. Se limitó sólo a saludar.
—Hola Danielle —saludó la niña.
—Hola preciosa –contestó y sonrió al hombre. Se apartó para que pasaran.
—Bien señorita, mi sobrina me informó que usted nos había invitado a cenar. Yo sólo vine a dejarla, en realidad tengo cosas más importantes que hacer.
—¿Yo espero que tú no tengas nada con este hombre? Es muy…muy —quedó paralizada ante la mirada de su hija— está bien, no digo nada ¿y tú quién eres? —se dirigió a la pequeña Alison.
—Ella se llama Alison y es la responsable de que tú estés aquí, madre. Así que espero, que seas agradecida y saludes como debe ser.
—Muy bien. A ver Alison, déjame abrazarte niña porque hiciste un milagro. Lograste que mi hija me dijera que me quería, bueno y yo también a ella— le dijo como un secreto al oído, llevándola dentro.
Annia metió sus manos en el bolsillo, algo nerviosa ante la presencia del hombre. En realidad, intimidaba un poco, medía unos seis pies, piel tostada por el sol y unas canas blancas asomaban a sus cienes. Vestía como un ranchero: camisa azul de franela, vaqueros apretados al cuerpo, botas altas y sujetaba el sobrero en la mano. Era un hombre muy atractivo a pesar de que no era tan jovencito. Por fin dijo:
—Me gustaría que se quedara con nosotras. No conozco a nadie en el pueblo, sólo a su sobrina. Es una niña adorable, que me dio una lección muy grande —lo miró por fin directa a los ojos; temía la respuesta; estaba casi convencida, que le diría que no. Un hombre como ese jamás querría verse involucrado en una cena rodeado sólo de mujeres. Pero muy contrario a sus suposiciones, la sorprendió:
—Muy bien será un placer. Me dijo mi sobrina que es pintora.
—Si…me gusta mucho pintar. En realidad, no soy conocida, espero algún día…
—Claro. Mi nombre es Mark –le extendió su mano.
—Mucho gusto. Soy Annia.
Los dos entraron y se dirigieron a un pequeño recibidor donde ya Alison se encontraba sentada muy cerca de su madre conversando como si se conocieran de toda una vida. La cena se efectuó con mucha cordialidad. Según palabras de su madre: fue todo un éxito.
Unas dos semanas después, su madre llegó de la calle, vestía ropa casual y se veía diferente, un brillo especial iluminaba sus ojos. La miró sonriente, dijo:
—¡Me está gustando mucho este pueblo! —Fue a su cuarto y una hora después salió vestida sencilla; pero muy elegante— ¿nos vamos?
—¿A dónde madre? Ni siquiera me has dicho.
—Bueno, tenemos una reunión con todas las mujeres del pueblo. Más bien es un taller —corrigió— tú les enseñaras el arte de pintar y yo…
Miró la cara de desaprobación de su hija por tomar decisiones por ella, y paró en seco.
—¡Está bien! ¡Está bien! ¿Me ayudarías con este taller? En este pueblo, las mujeres necesitan guía ¡Están aburridas querida! Y eso no es nada bueno, una mujer aburrida es muy peligrosa ¿sabes que les voy a enseñar yo?
—Me muero de miedo de saberlo —era sincera.
—Les voy a enseñar a administrar y a invertir. Tú sabes que soy muy buena en eso y tengo la esperanza, que los hombres se nos unan también. Este es un pueblo ganadero y pueden lograr mucho con conocimiento y guía, si no, sólo se limitaran a ordeñar vacas como han venido haciendo hasta ahora.
Annia abrió la boca por la sorpresa, no creía que su madre hablara en serio. Había sido siempre muy egoísta y egocéntrica: jamás se había preocupado por los demás.
—¿Hablas en serio? —no daba crédito a lo que había escuchado, todavía.
—¡Claro! ¿Me conoces por parlanchina? —Había reproche en la pregunta— Todas nos esperan en la iglesia.
Annia sonrió complacida.
—¡No! Parlanchina no eres ¿Y sabes algo madre? Me gusta tu idea. Claro que te acompaño. Pero ¿en la iglesia?
—Si. Ya el Padre Lawrence nos dio consentimiento. Está muy feliz. Este es un pueblo olvidado y hay que ponerlo en el mapa. Ya después se me ocurrirán otras cosas…
Las dos salieron juntas a cumplir su cometido. Unas semanas después, en el pueblo, sólo se comentaba de los progresos que estaban teniendo todas con los talleres, a los que incluso, hasta los hombres se le habían sumado.
Ya unos años después, las dos estabas sentadas tomando un café. Annia tomó su mano por encima de la mesa. Estaba muy emocionada.
—Madre, estoy muy feliz por todo lo que se ha logrado. Es increíble como todo ha cambiado en estos cinco años, ¿sabes? ¡Eres increíble! Has logrado hasta que el Imperial Bank de unos cuantos préstamos. Pronto este pueblo será un atractivo para el turismo.
—Si, que rápido pasa el tiempo ¿verdad? Bueno, lo logramos juntas y, claro, con la ayuda de Mark, los demás hombres; pero sobre todo las mujeres.
—Y de Alison. No te olvides de ella. Creo que fue el primer eslabón de todos estos logros.
—Si. A ella le debemos que hoy estemos tan unidas.
—Y que te hayas casado con su tío. ¿Quién lo iba a decir? La altiva y rica señora La O casada con un ganadero.
Su madre escupió su café por la risa que le causo el comentario de su hija.
—Nada —comento Annia de nuevo riendo y mirando divertida a su madre—, que en cuestiones de amor y vacas nada está escrito.
Las dos rieron divertidas.